La vida es diferente en núcleos como Pinilla Ambroz, una pequeñísima pedanía segoviana deshabitada convertida en residencia de pocos agricultores y ganaderos, en fuente de inspiración de intelectuales y en esperanza con la reciente llegada de la fibra
Las décadas pasan, la vida cambia en los pueblos. La despoblación acecha. Entre todo ello, siempre, las oportunidades florecen.
La llegada de la fibra supone un nuevo reto en el mundo rural: El fijar la población en pequeños municipios que, lejos del mundanal ruido, mantienen la esencia de 'pueblo', de los de antes, de los de siempre. Este es el caso de Pinilla Ambroz, una pequeña pedanía ubicada en Segovia y dependiente del municipio de Santa María la Real de Nieva. Este es su caso, sí, y el de otros muchos rincones de la provincia Segovia.
En concreto, en Pinilla Ambroz, de los 201 habitantes censados en 1930, un siglo después residen 16 personas. Así lo registra el último ejercicio del Instituto Nacional de Estadística, INE, que fija en 10 varones y seis mujeres, los empadronados en este singular espacio, donde muchas veces son más los gatos, que los zapatos.
Pinilla Ambroz es la más clara definición de aquellos campos que Machado definía en sus poemas, Campos de Castilla, secos en verano y verdes en primavera, campos poblados por ganaderos y agricultores, los que todavía persisten allí. Por aquí, por sus calles, pasa además el Camino de Santiago que parte desde Madrid. Caminante no hay camino, se hace camino al andar
Amanece en Pinilla y, a lo lejos, se puede escuchar balar a las ovejas. Al cuidado de los rebaños, una familia de pastores con raíces de varias generaciones. Un poco más lejos se ve un coche salir, uno de los vecinos más jóvenes parte hacia Segovia para coger el AVE que le llevará a su oficina, en Madrid. Pocos quedan a primera hora, muchos de los antiguos vecinos trasladaron su hogar a Santa María la Real de Nieva. Otros tantos fueron los que, en la década de los sesenta, partieron hacia Madrid, donde sus hijos fijaron su residencia y, poco a poco, variaron el vínculo con un municipio. Muchos aún lo conservan, otros han dejado de ir…
Las familias que pueden, mantienen casa y huerto. Tanto es así, que no hay ninguna propiedad a la venta en este pueblo. Un lugar donde acaba la carretera y comienzan los caminos, los que llevan a los municipios de Añe, Miguel Ibañez, Pascuales o Tabladillo, municipios que han vivido una historia similar marcada por la despoblación.
A las once de la mañana suena el pitido de la furgoneta del panadero. Es el úncio vendedor ambulante que mantiene su presencia llueva o nieve, en verano y en invierno. Allí también mantiene su casa, donde vivía junto a sus padres de niño. En verano, cuando llega el buen tiempo, y algunos 'pinillosos' regresan para disfrutar del descanso, son otros los vendedores que se suman y ofrecen el servicio, con la venta de fruta, carne o pescado.
Durante la mañana, 'la labor’ ocupa el tiempo de los habitantes. Épocas de siempre o recogida, con el ir y venir de algunos tractores.
Cuando llega la tarde, los habitantes que se encuentran allí suelen encontrarse para dar un paseo. Son pocos pero bien avenidos, comparten preocupaciones, anécdotas y vivencias. Generaciones distintas que caminan juntos, recordando lo que un día fue el municipio, comentando la jornada o, simplemente, pasando un rato en común. Unos cuidan de los otros, como hace décadas, con un vínculo vecinal mucho más estrecho que el de cualquier ciudad. Tras el paseo, llega la noche y, con ella, el silencio.
La belleza del municipio no deja indiferente. A principios del siglo XXI un grupo de amigos fijó su atención en Pinilla Ambroz. Se trataba de intelectuales del mundo de las ciencias, de la medicina, de la literatura… Profesores de Harvard, arquitectos, pintores, un fotógrafo colombiano de prestigio. Allí, hicieron del espacio su verdadero refugio.
Una época dorada en la que estos nuevos vecinos, de origen argentino, colombiano, suizo… arreglaron algunas de las cosas antiguas velando por mantener la esencia tradicional de su arquitectura, restaurando la piedra, tratando las maderas y creando espacios diáfanos que se llenan de vida en cada una de sus tertulias. Todos ellos han hecho o hicieron de esta segunda residencia, un lugar de descanso, reflexión e inspiración.
Ahora, con el paso de tiempo, Pinilla Ambroz recibe a nuevos vecinos. Aquellos que ven en un lugar así, y en muchos de los pueblos de la campiña segoviana, una nueva oportunidad para crear una vida distinta. Para ello, la instalación de la fibra juega un papel indiscutible y el teletrabajo la oportunidad de que nuevos niños puedan recorrer las calles de una pequeña pedanía con una media de edad adulta. Sus vecinos reconocen que no siempre es fácil imaginar este escenario: Las escuelas cerraron hace décadas, también lo hizo el bar de Basilio, actual Teleclub… El pueblo ha cambiado mucho en cien años, es cierto. Pero el futuro, aún, está por escribir.
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