“Salamanca monumental y oculta, revalorizada y por descubrir: queda mucho por hacer”
La “Ciudad vieja” de Salamanca fue incluida en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1988. Comparte este privilegio, en nuestra región, con ciudades como Burgos, Segovia y Ávila, y con espacios culturales de la entidad del Camino de Santiago, Las Médulas, Atapuerca y Siega Verde (también en la provincia de Salamanca, con declaración compartida con los yacimientos portugueses de Foz Côa). Castilla y León es, así, una de las regiones europeas con mayor número de inscripciones en la famosa lista.
Cuando los técnicos y la asamblea de la UNESCO valoraron la candidatura de Salamanca, contemplaron una serie de valores materiales –eran los años 80- que se concretan en el espectacular centro histórico de mi ciudad. La acumulación de templos que abarcan todos los estilos, desde el Románico al Barroco (o algunos destacables “neos” como San Juan de Sahagún), el escasísimo pero significativo testimonio del Modernismo (con la Casa Lis como buque insignia), su Plaza Mayor y su Universidad, conforman el núcleo monumental de este patrimonio. Además, UNESCO valoró algo que es extraordinario: la persistencia de una ciudad a lo largo de más de tres milenios, así como la universalidad de su estudio, uno de los centros de educación superior más antiguos de mundo.
Pero el patrimonio salmantino va mucho más allá de un escenario monumental. Los descubrimientos arqueológicos de los últimos años, como el Pozo de Nieve, han demostrado que nuestro subsuelo aún nos reserva importantes sorpresas. El potencial de la vía romana de la Plata está aún sin explotar, teniendo Salamanca un tramo urbano de esta magnífica vía histórica entre la ciudad y la localidad de Aldeatejada. El río Tormes, hoy un corredor verde y deportivo, también dispone de bienes puestos en valor individualmente -como el Museo de Automoción, la fábrica harinera del Casino o los puentes históricos- pero que no están interpretados en conjunto, algo que revalorizaría las aceñas y norias, y algunas muestras de arquitectura industrial como la antigua fábrica de colas o la fábrica de Mirat que, además, esconde los restos del convento de San Jerónimo.
Hablando de conventos, aunque se van vaciando de sus dueñas, albergan una cantidad increíble de bienes artísticos y de viejas historias que no deben perderse. Esto se suma a otros edificios que van desapareciendo en los barrios de la ciudad y que conforman, con la memoria de los vecinos que los ocuparon cuando apenas eran barriadas de infraviviendas, un patrimonio material e inmaterial en riesgo. Salamanca monumental y oculta, revalorizada y por descubrir: queda mucho por hacer, quizá tanto como lo ya acometido. Planes rigurosos y sostenidos de rehabilitación, que cierren ominosas cicatrices monumentales como en la Rúa Mayor. Decidirse por integrar el patrimonio material con el inmaterial, como son la artesanía local o la memoria de sus habitantes. E integrarlo todo en un modelo de un turismo inteligente y sostenible que permita a Salamanca sobrevivir a una turistificación tan indeseada como extendida por toda Europa.