Incendios, inundaciones, serpientes, caballeros, amores... así son algunas de las leyendas de sus veintitrés templos
Cuna del románico, Zamora vende a través de su rico legado artístico y religioso. Veintitrés símbolos de los últimos compases de la Alta Edad Media han sabido perdurar como auténticas joyas que coronan a la ‘perla del Duero’ como la ciudad con más patrimonio de este estilo a nivel mundial.
Sólo en su casco antiguo, catorce de estos templos construidos a partir del siglo XII se han conservado y mantenido en todo su esplendor hasta nuestros días, símbolo del pleno apogeo que vivió la ciudad en aquella época. Su título vende por sí solo pese a la riqueza añadida a golpe de oralidad, entre los dichos y leyendas surgidas al paso del río, en los pórticos o en el propio interior de los templos y que permiten conocer otra Zamora muy diferente.
Es el caso de la Catedral de Zamora que constituye una de las más antiguas y de menor tamaño de Castilla y León, pero cuya construcción fue exprés para la época: apenas 23 años. Muchos desconocen que este templo, declarado Monumento Nacional, fue víctima de un gran incendio en 1591 que obligó a sustituir los ábsides originales por otros ya enmarcados en el estilo gótico. El fuego también se llevó por delante el claustro y la fachada septentrional cuya reconstrucción fue posterior y data del siglo XVII.
La historia de los templos románicos se ha escrito sobre piedra y fuego, como también ocurrió en el caso de Santa María la Nueva. Situada en el límite oriental del casco antiguo y original del siglo XI, debe su nombre a sus orígenes tras la destrucción de la antigua iglesia en el 1158, dentro de la revuelta popular conocida en la ciudad como ‘el Motín de la Trucha’.
Sobre la Iglesia de San Juan Bautista, en plena Plaza Mayor, descansa uno de los mayores símbolos de la ciudad como es el Peromato. Este templo, iniciado a mediados del siglo XII, alberga en su torre una réplica de un guerrero de grandes proporciones ataviado con armadura medieval haciendo las funciones de veleta. Con una popularidad en la ciudad extrapolable al Giraldillo en Sevilla, esta figura puede apreciarse en todo su esplendor en el Museo Provincia, refugio de la figura original. Muestra también del carácter local, la imagen del Peromato va asociada a un famoso dicho (“Ya está vuelto el Peromato”) ante un cambio de parecer o de decisión.
De creencias vive también la Iglesia de Santa María Magdalena. De influencia híbrida entre el románico y el gótico, este templo se presenta como parada obligada para todas las parejas y enamorados que deseen obtener la ‘llave para el casamiento’ una vez se localice en su puerta meridional la figura de un obispo labrado en piedra. Un pequeño reto para la vista el tratar de distinguir entre la decoración vegetal presente en los cuatro arcos polilobutados de la arquivolta interior y que representan el paraíso celestial.
Hablar de Zamora también supone hablar del paso del Cid Campeador por la llanura de las tierras castellanas. La ciudad fue, de hecho, el escenario de su ordenamiento como caballero en un templo extramuros conocido hoy como Santiago El Viejo o Santiago de Los Caballeros. Sus dimensiones son notablemente inferiores a las de los recintos religiones anteriormente mencionados y a día de hoy se considera el templo románico más pequeño que se conserva en la ciudad. Aunque sin duda es una de las iglesias más recogidas y desapercibidas en el día a día de la urbe en plena plaza de Alemania la que sostiene uno de los símbolos más admirados y fuente de numerosas leyendas. El templo, que fue trasladado a finales de la década de 1960 a su ubicación actual, hasta hace unos años se encontraba circundada de preciosos jardines, en la ruta que enlazaba con los pueblos regados por el Valderaduey dándole el sobrenombre de “del camino”.
El paso de los años y las consiguientes edificaciones propiciaron que se perdieran los jardines, pero no su inmensa culebra que preside su entrada. Con sus cinco metros de largo, este reptil -seguramente procedente de la América de la Conquista y que perdió parte de su largura original durante su última actuación de conservación- se convierte en el protagonista de una historia de amistad y abandono. La serpiente, al verse sola después de que el pastor que la cuidaba se marchara a filas, comenzó a atacar a la población y al ganado, sembrando el temor en la ciudad.
A su vuelta el pastor, solicitó el espejo de la sacristía del templo para depositarlo en el interior del cuenco de leche y engañar a la serpiente que comenzó a atacarse a sí misma. Tras una hora de lucha y aprovechando que el animal estaba exhausto, el pastor acabó con la vida de la serpiente y donó su cuerpo a la iglesia.
Una pequeña muestra de la otra cara de una ciudad: la que se forja a través del poder de la oralidad y que se hace más fuerte con el paso de los años. Una tradición que ha perdurados hasta nuestros días y que ahí revive en boca de los guías y de muchos de los residentes, buenos conocedores de su patrimonio.