El Ateneo de Soria fue durante 50 años, con sus ideas y venidas, un hervidero cultural para personalidades como Gerardo Diego o Blas Taracena
Casi dos décadas después, el arqueólogo, historiador y profesor soriano Juan Antonio Gómez-Barrera ha liberado todas las palabras que quedaron en el tintero en la primera edición de su ‘Ateneo de Soria’. Un libro que arrojaba luz sobre ‘medio siglo de cultura y reivindicación social’, tal y como indica su subtítulo, en el que Soria se enfrentó a desgracias, expolios y fue consciente de sus limitaciones para ofrecer un futuro. Todo, a través de una agrupación cultural, científica y comprometida fundada en varias ocasiones, la primera en 1880, y que fue una víctima más de la Guerra Civil.
¿Qué era el Ateneo?
La inocencia del comienzo es maravillosa y permite que te asocies, que te atrevas con todo... vas a ser un ente abierto
En una ciudad donde no había cine, deportes y apenas teatro, unos socios del Casino Numancia decidieron que se aburrían y formaron esta agrupación con la que iban a tener conferencias, conciertos... ¿Imaginas hoy en día una conferencia a las 11 de la noche y que se llene la sala? Había otras agrupaciones que he descubierto a raíz de esto, estaban todas en 200 metros. Toda la vida de Soria estaba en el Collado. Pero no todo era el Ateneo. Es el contexto de esos años lo que adorna y pone paredes al edificio.
¿Quién estaba dentro de ese edificio?
Soria tenía entonces, y sigue teniendo, la suerte de que siempre algún nuevo profesional viene a estrenarse aquí. Esa es la magia del Ateneo, se juntaban grandes figuras que estaban empezando, que se atrevían con todo, como Gerardo Diego, Mariano Granados, Blas Taracena o José Tudela, con gente muy veterana. También he podido hablar de alrededor de 225 mujeres, con un papel más grande o más pequeño, aunque solo había 6 o 7 en el Ateneo.
¿Por qué se perdió?
Estalla la guerra y acaba con todo. En 1941, el cuñado de Franco escribe al gobernador de Soria pidiendo un informe sobre si había habido Ateneo y quién lo había dirigido. El gobernador, que había hasta firmado una crónica de una de sus conferencias, dijo: “yo no recuerdo nada”. Reconoció que le sonaba algo, presidido por una persona ya fallecida en ese momento. Nadie habló. Y el Ateneo se perdió.
¿Qué quedó?
Sabía que en 1945, en la antigua biblioteca de Soria había una habitación cerrada a la que llamaban ‘El Infierno’, donde estaban los libros prohibidos y creía que eran los del Ateneo. En la nueva biblioteca, encontré un sello de la antigua, marcando el catálogo y quién había donado cada libro de la ‘Biblioteca Circulante’ del Ateneo, en la que Gerardo Diego leyó todo Baroja.
¿Qué aporta esta nueva edición del Ateneo?
En lo literario, he podido corregir y ampliar muchas cosas y hay varias imágenes inéditas. En la impresión, ahora es un libro precioso, elegante y en el que se han cuidado todos los detalles gracias al trabajo de Alfonso Pérez Plaza.